martes, 21 de octubre de 2008

DE LA FAMILIA JUNTA A LA FAMILIA UNIDA

Lectura para el jueves de la OTRA SEMANA

La importancia de la figura paterna (función parental)
En épocas en las que se lucha por la igualdad de derechos y deberes en hombres y mujeres, la función paterna recobra valor. Veamos dos formas de considerar a la familia y por ende a la relación entre sus miembros, así como los modelos de hombre y mujer que se trasmiten a los hijos.
1. El padre en la cultura machista
Al hombre se le suponían ciertos privilegios y se lo ubicaba por encima de la mujer. Como padre, tenía muy poco que ver con la crianza de los hijos, labor enteramente a cargo de la madre, en tanto que su función consistía en "trabajar y traer el dinero a la casa". Esto implicaba pensar que la madre no trabajaba al quedarse en casa, cuando en realidad sí lo hace y mucho, siendo ésta una de las labores menos gratificantes y más exigentes, ya que no distingue horarios, se espera que esté disponible las 24 horas del día, no se hace distinción entre días de semana (no existen feriados o fines de semana de descanso), no recibe pago alguno ni goza de protección estatal en la forma de seguridad social, a menos que gracias al trabajo del esposo goce de dichos beneficios.
Por otro lado, la madre, que estaba en casa, mantenía con los hijos un vínculo mucho más consistente y confiable que con el padre, distante y temido. Sin embargo, con frecuencia se observa madres frustradas que atosigan a los hijos como si estos fueran los culpables de su situación de dependencia y poca creatividad. Hay que considerar también que es la madre la que contribuye hacia esta "cultura machista" dando ciertos privilegios a sus hijos hombres, al eximirlos, por ejemplo, de las labores hogareñas, a diferencia de las mujeres que son criadas para atender y servir a los hombres.
En la "familia machista", el padre llega a casa luego de su horario de trabajo "a descansar", se concentra en la televisión o en la lectura de su periódico y sigue aislado de las relaciones familiares, pero temido por todos, entre otras cosas porque es la fuente del sustento económico. Los hijos no tienen la tranquilidad de acercarse a él para compartir sus experiencias, en la medida de que el padre tampoco muestra ningún interés en entablar algún tipo de diálogo. Las quejas sobre el mal comportamiento de alguno de los hijos o sobre problemas domésticos, cuestiones todas que él tenderá a resolver vía métodos agresivos, consolidan la poca confianza y distancia hacia esta temida figura.
Es interesante anotar que en este tipo de familias la relación entre los cónyuges tampoco es realmente horizontal y no hay un adecuado diálogo ni entendimiento entre ambos. Por lo general, el hombre es temido por la mujer y, en lamentables pero frecuentes ocasiones, es también despreciado por ella. Muchas mujeres se quejan, cuando el esposo está de vacaciones, ya que no saben qué hacer con él en casa, porque es sentido como un estorbo que interfiere en las actividades cotidianas, más que un compañero con quien compartir tareas o momentos de intimidad, lo que al comienzo de su relación pudieron haber hecho. Como se ve, en estas familias el padre puede ser un personaje del cual se podría prescindir (si no fuera por el poder económico que tiene); temido, pero no respetado, y muchas veces ni siquiera realmente querido.
2. La función del padre en la actualidad
La función paterna se revaloriza al punto de que se llega a decir que sólo hay dos cosas que un padre no puede hacer: dar a luz y dar de lactar. Él deberá compartir con su pareja todos los cuidados y preocupaciones que implican la crianza de un bebé. Entonces puede, alternándose con ella, darle el biberón o alimentarlo cuando posteriormente ingiere sólidos, le cambiará pañales y lo bañará, se levantará por las noches cuando el niño llore, lo llevará al pediatra, jugará con él, etc. Este padre activo será entonces confiable, aliviará la carga de la madre, quien además podrá realizarse también en el plano laboral llevando a cabo alguna actividad adicional a la materna y al cuidado de la casa. Por otro lado, está demostrado que un niño que ha sido criado por ambos padres es más seguro, tiene más confianza en sí mismo, que un niño que sólo ha contado con uno de sus padres.
El rol de un padre activo, comprometido con su pareja, empieza antes de que el bebé nazca, desde el embarazo, acompañando a su pareja a algunos de los controles que mensualmente debe hacerse, posteriormente asistirá al parto y estará atento a todo lo que necesite su esposa, en especial cariño y tranquilidad, durante las primeras semanas del bebé, más aún si hay hermanitos mayores que también requieren atención. Se trata de situaciones que una mujer normalmente puede resolver, pero durante ese período no está en condiciones de "gastar" energía que necesita para su bebé. El padre creará alrededor de su pareja un espacio de protección vía su trabajo y la ayuda eficiente que pueda brindar, tanto ante las necesidades concretas como en lo que respecta a la comprensión que su pareja necesita.
Un padre comprometido tendrá presente, al igual que su esposa, que es un importante modelo para sus hijos, permitiéndose desplegar con tranquilidad aquello para lo cual están dotados. La madre tiene la función simbólica de nutrir, alimentar y calmar; con ella se busca el vínculo y la protección. Con el padre, por el contrario, se recibe todo aquello que representa la "ley", el orden, la firmeza, la autoridad (en el buen sentido) y la protección física y emocional, e impulsa al niño o niña a mirar a la sociedad, permitiéndose el rompimiento del cordón umbilical psicológico que mantenía a los niños dependientes de sus madres.
Adicionalmente a todo lo dicho, el padre, como modelo, tendrá un importante papel en la identificación sexual de cada uno de sus hijos, ya sea un niño o una niña.
d. La relación entre hermanos (función fraterna)
La relación que existe entre los hermanos y el trato que cada uno recibe de parte de los padres cobra cada vez mayor importancia.
Se debe partir por admitir que existen diferencias, que no es posible seguir sosteniendo un principio de justicia igualitaria que afirma que a todos se trata por igual. Cada niño, al momento de nacer, no sólo tiene un bagaje genético diferente, sino que nace en un momento histórico-familiar distinto, por lo que, desde la base misma, ya hay diferencias que explican las particularidades de la personalidad en cada uno de los hermanos. Ser justos es poder darle a cada persona lo que necesita en el momento apropiado.
Cuando nace el primer hijo, los padres son "primerizos" y, por lo general, llenos de angustia por su falta de experiencia, enfrentan el reto de criar a su primer hijo, el que luego se constituirá en "el mayor", si nacen hermanos. Cada paso o avance de este niño o niña será un "primer paso", lleno de incertidumbres para todos. Con el segundo hijo, la situación se flexibiliza ya que los padres se encuentran en mejores condiciones para dar un trato más natural. Ya tienen la experiencia con el mayor y, si no ha habido contratiempos, las cosas para el segundo son, por lo general, más sencillas: logra permisos antes, se le nota más natural, etc.
Para el "segundo" pueden empezar las dificultades si nace un "tercero", ya que de inmediato se transforma en "hijo sándwich". Se descubre en un lugar en el que su rol de menor se pierde y no queda definido qué lugar ocupa ahora para los padres (hasta qué punto sigue siendo importante para ellos). Se torna entonces en un chico que puede buscar llamar la atención ya sea portándose mal o, por el contrario, siendo el que mejores calificaciones obtiene entre los hermanos; así mismo, desarrollará una alta sensibilidad hacia la justicia y la equidad.
En el caso de ser la única hermana entre varios hermanos o, por el contrario, ser el único hombre entre varias mujeres, la niña o el niño pueden correr el riesgo de recibir un trato "demasiado especial", con preferencias o cuidados que no requieren realmente (sobreprotección) o, por el contrario, se les podría tratar de un modo en el que no se respete su sexo, si no se hacen las diferencias necesarias.
Se ha podido establecer que la diferencia de edad ideal entre hermanos es de 3 años. Esto permite que un niño pueda ser adecuadamente atendido en sus necesidades afectivas básicas, con el tiempo y la exclusividad necesarios por parte de sus padres, antes de que éstos se tengan que volver a concentrar en el siguiente hijo, que también requerirá de las mejores atenciones. Hijos muy seguidos tienden a favorecer confusiones, celos y envidias, y un hijo que viene luego de demasiados años respecto al mayor, es como un hijo único ya que sus intereses y necesidades son completamente diferentes.

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